jueves, 27 de diciembre de 2007

Trasmundo (cuarto diálogo)

¿Con cuántos dedos puedes tapar tu rostro?.


Una vez, ¿te conté?, humm, a ver, sí, parece que ya te lo había contado. ¿Te suena eso de haber despertado entre sueños de noches lluviosas oyendo la voz del océano?. Parece que te lo conté. ¿No?. Bueno, por las dudas, es sólo acerca de aquella vez en que desperté en la orilla del mar, entre olas, al tiempo en que iba y venía por la arena, revolcado por las horas profundas en que me había hundido antes de lo del reloj y del árbol, pero después de lo de la mujer caída y del ojo despedazado en la acera. No lo sé. El sólo contarlo me parece confuso a mí mismo.


En fin, aquella de tantas veces me había precipitado –y lo digo así, porque en verdad me había precipitado tontamente- en vaciar mi alma en otro cuerpo, buscando, quizás, consuelo grato para mi vacío existencial, esa desconforme situación en la que me ha colocado el devenir de la vida con mi propio ser; algo así como una incongruencia entre mi estar y mi querer estar. ¿Me entiendes?. Ya lo creo que sí. No por nada voy todavía detrás de puertas agridulces para poder esperar los amaneceres tranquilo. Pero ¿no te parece extraño lo curiosamente larga que se siente esta noche?. Me parece haber hablado por horas y, sin embargo, el tiempo parece dilatado y no alcanzo a respirar y ya me parece más oscuro y menos frío, como si nos alejaramos cada vez más del momento máximo de la noche, un poco antes de que comience la verdadera claridad. Pero es inútil, no recuerdo lo que te iba a contar, pero debió ser una de aquellas cosas de las que te estado hablando. No me puedo consolar. Mi alma transita por las grietas de la soledad. Viaja en pena, como un alma encadenada a este mundo, desterrada de los infiernos y los cielos, abandonada a su suerte aciaga por la eternidad.


¿Ves como se apagó mi voz otra vez?. Algo raro me pasa. Es como si me observaras tú –que te has quedado aquí conmigo-, pero es también como si hubiera otra persona más, otros ojos más. No sé si son los árboles en la oscuridad o si es el reflejo de la luz en aquellas escaleras, o los mosquitos famélicos que deambulan entre los pastos. No lo sé, no creo que sea el búho, no creo que sea yo desde otro sitio, no creo que te estés alejando de nuevo sin que yo lo note. Tal vez es la sangre que quedó pegada en los pliegues abruptos de la calle, o las plumas del pájaro en el cerro. Tal vez es la saliva que cayó desde mi boca hacia mi pecho.


Deténme si te estoy mareando con esto. Puede ser ésta una de aquellas veces de las que te hablé: mis ojos se van de mí y siento cosas que no son, pero que las veo dentro de mí y afuera de todas las superficies terrenales. Mas no son fantasmas, porque tú también los ves. ¿Acaso no ves mi cuerpo?¿acaso no oyes mi voz?. Tú sabes que de alguna manera te estoy viendo –yo también lo sé-, de hecho nos estamos viendo a través de una cortina que tus ojos han creado para alejarte, para prevenirte de mí (no sea que esto sea contagioso). Espera. No, si no se trata de lo mismo. No te estoy diciendo lo mismo todo el tiempo. Todavía hay cosas extrañas de las que no te he hablado. No te vayas.


Para mí también parece un poco aburrido. Me gustaría que tú también me hablaras. Pero mis labios no pueden detenerse. Es como si me refugiara en el sonido de mi voz y tan sólo necesite de alguien que me preste oídos, como yo se los presté a las alas de la mariposa.

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