jueves, 27 de diciembre de 2007

Trasmundo (séptimo diálogo)

Estoy despertando de nuevo. Mis ojos van y vienen mientras me oyes enterrándote en un mutismo que te disocia de la multitud (como a mí desde que caí en los adoquines).


Yo quisiera poder hablarte de lo que encontraré tras la puerta, o simplemente mostrarte las palabras que anoté alguna vez en mi pecho, pero la lluvia de las horas en que me envejecía un poco abrió la superficie de mi corazón perforándolo para siempre, y es por ahí por donde se ha vaciado mi alma, por donde han caído las plumas de los pájaros y de los árboles. Yo quisiera mirarte y saber que en realidad estás aquí, y que rasques de vez en cuando tu cabeza, como si en aquel gesto, si con aquel movimiento involuntario, disiparas la arena en donde se han enterrado las respuestas perdidas de tu ser. Hoy, que estoy en este último viaje, te he conocido como mi compañía, como el sustento en donde se van destejiendo los capiteles antes intraterrestres de mi perturbada estación. No sé si esta es la forma, no sé si ésta la verdad, mas no me importa en dónde los caracoles se han escondido ni dónde duermen los cometas, a mí sólo me quedan las menudencias de lo que mis ojos han traído hasta mí de sus viajes.


La soledad, que con el paso de las horas sólo me ha ido consumiendo, no es el remedio para todas las enfermedades, ni es el reposo eterno del alma (ni siquiera es el estar solo); la soledad es viajar de la mano del aire, sollozarle a las estrellas como si el alma se precipitara de pronto hacia el infinito. Y mi soledad, la cual he querido contarte, ha girado su cabeza hacia el levante, como si hacia allá hubieran lucecitas asomándose de pronto por sobre la cordillera. Pero ella, que en el baúl que estaba en el patio de la casa donde un día yo fui niño, me dejó prisionero de los fierros oxidados, enredado entre las ruedas desafinadas del tiempo; ella, que de entre los cerros sacó una navaja alta como un puma y la dejó envejecer bajo la lluvia, me dejó también a mí, solitario, solitario como un gota arrancada de una nube hacia el suelo, acelerándose de a poco hasta chocar violentamente contra él, consumiéndose ferozmente su entraña, desparramándola entre la arenisca incandescente de agua.


No te pude hablar en tan corto tiempo de los silencios que encontré entre viaje y viaje. Me tardaría demasiado en mi afán de muerte y no tocarías el profundo dolor que se retuerce debajo de mi estómago; yo no me he podido olvidar de las paredes que se estremecían con el viento por la noche de lluvia, ni de cómo la luna se aparecía de pronto entre aquellas nubes atormentadas. Me dejaba estremecer con el susurro inevitable de la noche y de sus hojas que, una a una, caían despeñadas e irreversiblemente muertas. Ya no quedan muchas calles, no quedan más que piedras mezcladas con aire entre los cerros por donde un día yo iba a la escuela. Todo el mundo se fue achicando hasta transformarse en un diminuto cuerpo rocoso por donde mi cuerpo gigante atravesaba los puentes dormido, como un sonámbulo colosal que ignora todas las pequeñas entidades que deformaban la atmósfera.


Tampoco te llevé hasta la escondidas tardes de Julio. No pude, porque yacen muy lejos. Pero recuerdo el pan amasado, el cigarrillo inconfundible entre los árboles, los abrigos largos del invierno debajo de un gorro inmenso que quedó abandonado en una escala, por donde un día transité perdido. Ya no está aquel amanecer tranquilo de las tardes oscuras, aquel feliz reencuentro con las horas perdidas y con las distintas maneras de soñar. Solamente la soledad me recuerda, sólo la nefasta explicación aturdida de mi estrella se manifiesta entre estas palabras, sólo la inquieta magnitud de su cuerpo queda en evidencia para aclarar aquellos julios perdidos.


Una cuerda vibra ahora a lo lejos.


Un sonido ronco me llama desde allá, desde la profunda garganta de la acera.


Algo invisible me asusta cada vez que me habla.


Algo que no he podido traer hasta ti porque me amenaza clavándome una lanza en el pecho.


Una mañana despertaré feliz entre los brazos de la oscuridad sobre la calle.


Una tarde respiraré feliz el hálito inasible de la muerte.


Una noche traeré hasta tus ojos otras historias torcidas, para que las repartas entre los pasillos de tu mente, como óleos bizarros, como tornados colgando de tu lámpara, como piedras extraterrestres atravesando el techo de tu casa, destrozándote al tiempo que me abandonan dándome otro amanecer viajero y errante.


Esa mañana me entenderás y querrás haberte ido conmigo, pero tu puerta está en otro sitio, y en otro paraíso has soñado que yo no conozco.


Ya me habré ido cuando despiertes y, para entonces, ya tendrás otro quehacer despreocupado. Silbando recogeré mi voz para esconder todo ese temor y –sólo entoces- sabrás que en verdad estuvimos aquí; me escucharás desde lejos, desde donde el sol nunca ha transitado, porque no puede (el sol no conoce la noche).



Ya, es sufiente. Me voy...


Sí me voy.


Ojalá que mi historia no te quede inconclusa. Que no parezca que he estado divagando, o que mi lengua también me ha abandonado trayendo hasta aquí sus historias trastocadas.


Perdóname.


Sí, en serio, tengo que irme, ya no tengo nada más que arrancar de mi pecho, nada más ha estado torturándome lo suficiente como para que tenga que denunciarlo ante los jueces de tu conciencia. El sol se demora ¿lo notaste?.


Antes de irte por favor míranos desde la vereda de enfrente, obsérvanos aquí sentados murmurando bajo este árbol por donde un día pasó un búho. Míranos desde allí y escarba adentro de tu pecho por algún sonido de animales que te recuerde a tu infancia, háblate de los perdidos tesoros que fuiste dejando en el camino pensando en recuperarlos más tarde y nunca más volviste, porque la noche te enredó entre sus sombras o porque la lluvia borró tus pasos. Míranos y deja salir de tu alma alguna palabra perdida, como si el horizonte se acercara a lo más profundo de tus ojos para dejar allí sembradas las horas de las nubes rojas.


Míranos desde la vereda de enfrente y nos verás. Mírate a ti mismo especulando, divagando, poseído por el alcaloide sereno de la oscuridad que se propaga entre las hierbas resecas de la piel. Y desde allí piensa en mí, piensa en las estrellas, en la mirada vacía que he arrojado sobre la gente, en el estrecho instante en que te observé penetrando en las enredaderas que ocultan tu verdadero yo. Obsérvanos callar y seguir interrumpiendo la noche, seguir sentados bajo la espesa capa de la atmósfera por sobre cualquiera de los adoquines que hayas mirado. No importa si entre las nubes que recuerdas no haya pájaros triangulares, ni que entre las hojas secas del otoño se te hayan extraviado las infancias, sólo sigue sumergiéndote entre las calles de allá, de más allá, y sentirás que, poco a poco, te vas sintiendo aliviado, que el miedo te abandona, que comienzas a olvidarme de pronto, a olvidarnos. Tu mundo volverá a ser como era antes, tus problemas cotidianos reaparecerán en la superficie y me irás enterrando involuntariamente hasta olvidarme.


Míranos por última vez, mientras te alejas y yo me pierdo en el cortejo interminable de la calle.


Sonreirás, porque te aliviará el saber que esto llega a su fin.


Vete y sacúdete. Agita los pañuelos que se enredaron entre las ramas de un árbol. Ya no queda nada.


Sonríe, al fin y al cabo, nunca creíste estar realmente aquí.


Vete, aléjate de mí.


Por fin, esta es la última hoja.


Ya te estoy olvidando.


Ya me olvidarás tú.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No ahi te equivocas,
acabo de terminar el libro hace un rato y no....
no me olvidare de la noche que estuvimos en la banca ni de ti ni de tu mirada ni de que te toque suavemente para que casi no lo notaras...
estuve alli....haces dias vengo estando alli..
buen libro, mal final no me olvides yo estare...

Anónimo dijo...

ah me olvide de firmar ese comentario fue mio sello con mi nombre mi paso por el trasmundo,por la banca y por ti....
aunque ya no quieras que me quede no podras eviatar que vuelva cada noche a la banca...o si?
no no podras
buen libro...trilce