Por fin ha terminado. Ya no soportaba más de su infame desdicha. ¿Cómo puede andar tanta gente suelta con la mente llena de locura?. ¡Mi tren!¡olvidé tomar el tren! Maldición. Ahora llegaré tarde a todo lo que me espera. Por suerte tengo puestos mis ojos en donde corresponde y a estas horas altas no le corresponde nada sino un cigarrillo olvidado que tengo por ahí. Espero no haberlos derrochado todos en la plaza, espero que no se hayan mojado con la lluvia ni que se me hayan caído del barco.
Ese tipo debió perder la cordura hace ya bastante tiempo. Me alegro de que se fuera, de que haya desaparecido por fin de esta interrumpida letanía nocturna. Me hubiese gustado mucho decir mis cosas, contarle que existen otros mundos reales en donde el ser puede vivir abierto a las estrellas y las olas, otros sitios en donde se puede ver caer el cielo mientras se destapa una botella inundada de esencias con pasaporte a la felicidad. Yo no sé si lo quiera olvidar como me dijo, aunque pienso todavía con fuerza en lo que habló, me son más relevantes las cosas de mi propia realidad. Sin embargo, cargo yo también con un sino de infelicidad que no puedo exteriorizar, cosas que se me vuelven intrépidas por donde un día pasaron los fierros pesados sobre los rieles. Mañana, sí, seguramente mañana podré volver a esta calle extraña.
Por estas calles marinas debe estar aquel lugar del que habló. No lo sé, esas calles se dibujaban en mí mientras me jalaban hasta la profundidad oscura sus palabras; pero no puedo deshacer mis heridas tempranas si recuerdo su voz lacónica, herida, oxidada por debajo de las nubes tutelares, mas no puedo sanarlas todavía. Esa calle la recuerdo, no sé de dónde saco estas palabras, pero trato de arrojarlas despacio para asesinar estos recuerdos nefastos, como si tratara ahora yo de evitar la inminente demencia que trae consigo la soledad, como si no me quisiera encaminar también hacia los recintos en donde reposó ese tipo rumiando de sus ojos tanta felonía (pero me parece extraño, porque en realidad el sol no aparece todavía y -según mi reloj- han transcurrido ya extensas horas desde que mi tren se ha marchado).
En fin, algo he dejado olvidado ya, lo cual le da un consuelo inesperado a mi garganta; sin embargo, mis dedos hurgan todavía entre los pliegues descascarados del ladrillo fundamental de mi existencia, y estas hojas van dejando plasmadas cosas que no tengo por qué estar pensando yo. Trato de asirme a alguno de mis recuerdos de antes de encontrarme con él y sólo puedo ver el raíl frío tocando mi mejilla, sólo puedo sentir un dolor inesperado en mis costillas, oigo los gritos desesperados de la gente, mientras apoyo mis manos en la superficie irregular, las eclisas parecen más cercanas a mí que antes, parecen terriblemente cercanas... pero el trueno agudo se acerca hacia mí, el temblor por debajo de mi cuerpo me desgrana como a una mazorca, y este dolor se me hace insoportable mientras trato inútilmente de levantar mis aposentos orgánicos, mis manos se resbalan, mi pelo está manchado de pardo oscuro, mi piel está fría, derramada ahora sobre el mantel terráqueo. He perdido un ojo, alguien se ha llevado mi cuerpo recostado y ha dejado olvidado parte de mis órganos, puedo verlo aunque ya no puedo sentirlo, sólo soy un ojo ahora, un ojo vagabundo que vuela en las garras de un pájaro, sólo soy una parte de mí mismo, no soy nada sino la continuación imperfecta de mis temores; y mi cuerpo -que va quedando destruido allá abajo- se muere, ha muerto destruido por el peso de la máquina, dividido por aquellas cosas kafkianas de las que hablaba hasta hace poco un extraño. ¡La puerta! ¿¡ en dónde está la puerta para subir al tren!?....

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