jueves, 27 de diciembre de 2007

Trasmundo (quinto diálogo)

Me parece como si ahora me estuviera sumergiendo en otro océano. Claro, si al final de todo mis ojos traicioneros regresan una y otra vez para contármelo todo. Y se me confunde la mirada entre los pasajes húmedos del ir y venir, entre tanta gente y con nadie al fin y al cabo.


Los aparejos con que mis naves zarparon están destruidos por el cuerpo de un relámpago que, como una lanza, se precipitó en medio de la noche con fuego – a pesar de la lluvia-. ¿Me entiendes? (¿me entiendes?, ¿no te molesta que te repita esta pregunta una y otra vez?, parece que yo pensara que la estupidez reina en tu cerebro, pero no es así, créeme. Es que entre tantas palabras mi garganta olvida los senderos andados y toma atajos largos y se pierde, recayendo nuevamente en las mismas cosas sin darme cuenta, yo que, distraído en mis recuerdos, las digo sin querer. Me angustio solo; tú no me has dicho nada, pero yo me persigo, déjame así...¿en qué estaba?...ah, sí!..¿me entiendes?). Ya, ríete, si no es malo ni todo es tan grave todavía.


Una vez me asomé por casualidad por la ventana a mirar la golondrina (justo la que no hace verano, mira la suerte mía). La vi parada en los cables del poste de alumbrado público y me quedé con ella un rato pensando en las alas de la mariposa. Se volvieron a contraer mis ojos –que estaban de vuelta un rato- y me ensombrecí pensando en aquel deseo infatigable de volar. No sé cómo los pies me tienen atorado todavía si caí desde el alto piso hasta el suelo mojado, ni las gotas de la lluvia alcanzaron a mi cuerpo mientras caía. Pero la nave de la que te hablé yace todavía en los océanos malditos, perdida. Y los hombres de piedra todavía la llenan de sal por dentro para hundirla. No está mojada en su interior, por eso no se hunde, ellos no lo saben, porque desde mis ojos no salió la palabra de Septiembre, o la piedra del río que, errante, llegó a posarse sobre un mueble donde vivo.


Y el amanecer no llega. Daría cualquier cosa por el amanecer, por un nuevo amanecer. Si tan sólo pudiera saber yo por qué no llega el sol a iluminar a los dioses. Sí, a los diminutos dioses que cubren el suelo proyectando sus sombras durante el día y derramándola por sobre el mundo durante la noche. Las piedras, las pequeñas piedras que sostienen este mismo suelo en donde tú y yo nos hemos detenido un momento (y, como te dije, el tiempo también se ha detenido a escucharnos), las piedras que un día lejano, en la prehistoria y aún en nuestros días, simbolizan dioses, elementales dioses con nombres primitivos encerrados en la pared cristalina de una roca, de los minerales, son dioses, sí, y los dioses ya no se parecen a aquella atmósfera libre en donde los cuerpos estaban integrados por sólo tres o cuatro elementos, como los huesos del hombre, formados por cuatro partes de fuego, dos de agua y dos de tierra; hoy los dioses son a penas un efímero estado transitorio entre la vida y un poco antes de la muerte. Me deprime ver a las piedras arrastradas como sedimentos por el agua desde las montañas y, mucho antes, desde el cielo, pereciendo sin conocer la edad de los elementos, acabadas por la acción mecánica del hielo que las rompe mientras transcurren los años y son diseminadas en los mares por la fuerza inagotable de los vientos y la lluvia. Nunca llegan a saber el nombre oculto de sus dioses.


Me da tristeza, pero no puedo callarla ¿me comprendes? ¿logras ver en mi voz la profunda aflicción que se apodera de mi ser?. No pienses que no tengo dioses; muy por el contrario, los tengo de sobra aquí debajo de este banco y de esta plaza, y de aquella calle, y de las flores dormidas de mucho más allá del cementerio. Tengo dioses hechos con pelos de conejo, y otros de cristales maclados a una porción submarina de otros mundos.


Mírame.


Concéntrate una vez más en mi voz que resopla dentro de ti. Deja de sentir la nocturnidad sobre tus ropas, deja de sentir las raíces que, como alerces, te tienen atado a este momento terrenal. Escucha sólo esta voz, este eco adentro de tu cabeza y busca tu propia respuesta a mi dolencia.


Cierra los ojos por un momento a tu mundo.


.........................


.............


......


...


..


Ábrelos para mí, que no conozco las respuestas.


Si conociera sólo una sería mi cuerpo de piedra y bronce el que estaría posado en medio de esta plaza. Sería un hombre eternamente recordado a los ojos de los pájaros y de las flores de Diciembre. Viajaría estático entre las estaciones hasta el umbral del nueve de Septiembre y más allá, hasta el veintiocho de Febrero, perdiéndome para siempre en los tiempos viejos, hasta volver a ser un mineral posado ante los amaneceres. Brillarían de nuevo mis ojos americanos, mi piel porosa sería tocada por las aguas condensadas de los cielos. Volvería a ser parte del sol –no del que no ha llegado- sino de otro que murió diseminando su materia en el universo para dar vida a nuestros cuerpos y a nuestras voces.


Yo no quiero estar aquí sentado por siempre. Sé que te marcharás, y que –probablemente- mucha gente lo hará al mismo tiempo que tú. No creas que sólo tú me escuchas; no creas que sólo tú estás acá como un ser elegido de entre los otros. Mientras me oyes, me oyen tus recuerdos y las personas que pueblan esos recuerdos, y me oyen los recuerdos de esas personas recordadas en tus recuerdos formando una telaraña universal que nos une y nos traslada. Así, mientras estés con otros, mi voz y las palabras que se van con ella a tu interior, serán introducidas en otros oídos, mezclándose para siempre, hasta que volvamos todos a ser piedras, a ser estrellas, a ser dioses.


Y la luz inconclusa de este momento será atada a los senderos.


Y se harán las lluvias de Enero en otros sitios desérticos; caerá el cuerpo de las nubes sobre los resecos lugares en donde son reclamados los fuegos a llevarse -entre fogatas- a los troncos y sus hojas perdidas, devolviéndole a la atmósfera los elementos acumulados en la corteza (durante muchos años), en unos pocos segundos.


Y se arruinarán las palabras de la tierra escritas en los libros.


Y las paredes de aquella casa en donde me dormía esperando, serán acribilladas por los sables de fuego y llamas; me portaré cobarde huyendo para salvar mi vida y no la de las tablas superpuestas en pared y techo. Me iré inconcluso, confundido, famélico, despoblado. Pero mi vista será de mar y mis oídos pabellones. Me iré sin luz –probablemente-, me iré apagado y silencioso hacia la muerte.


Yo no sé por qué estoy temiendo a la oscuridad; ahora que la luz del sol se ha negado a volver, aparezco ante tus ojos –y muchos otros- como un mutante, como una bestia carente de estrellas y de árboles. Estoy sintiendo un amargo líquido en mi garganta que se escurre a través de mi cuerpo, apagándolo.


Y me voy quedando letánico. Sigo enumerando los silencios del mineral.


Y los carbones, los residuos fecales del fuego, cubren ahora el piso que me sostiene y que me espera dormido.


Y casi no tengo nada. Casi soy otro áspero encuentro de la casualidad morbosa de los mundos. Salvo por los parlantes cordones que se anteponen entre mi verdadero ser y las palabras, yo creería que he muerto. Sólo la luz de tu presencia me ha mantenido anclado esperando. Si no, estaría de regreso en aquella puerta maldita y estúpida, llorando mis lágrimas desconsoladas a otro ser perdido como yo. Tu luz me mantiene en este sitio. Tu luz no puede apagarse ahora.


Por favor, no te vayas. Que no te apene esta lágrima que cae por mi cara. Que no te asuste mi letanía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

no me apenan las lagrimas ni le temo a lo letanico...
por eso creo que ahora sigo escuchandote sigo tratando de entender y compenertarme me enitendes?jaja
si claro que te entiendo como no podria entender mi reflejo o el reflejo que perdura en el tiempo y abarca lo que tengo y lo que no
me entiendes?
jaja
no pretendo que lo hagas...
ta bueno el libro estoy en eso jaja chau trilce