jueves, 27 de diciembre de 2007

Trasmundo (sexto diálogo)

Una vez estuve muy solo. Casi todas las cosas del mundo se habían transformado en paisajes para mí. Nada era completamente real porque me había encerrado entre las paredes impermeables del sueño y la pintura, y se había cerrado herméticamente mi pupila a las cosas lejanas e inconclusas de la vida.


No. No te pongas triste, yo ya no estoy tan triste, salvo porque ando errante con la esperanza del caracol. ¿No ves que todo lo que está más allá de la Luna es inmortal?. Pero yo necesito del sol, porque desde que me encerré en el claustro mórbido de la tristeza me olvidé de la lluvia, de las flores y de las palabras dulces; olvidé lo que separa a los hombres de las bestias y aquello que diferencia a lo humano de lo divino, a la verdad de la mentira y a los muertos de los vivos. Pero sin darme cuenta yo, y sin siquiera proponérmelo en serio, estoy aquí, realmente estoy aquí, frente a tus ojos. Por eso he olvidado un poco la tristeza y la oscuridad, pero se sigue notando el reflejo de aquellas sensaciones en mis palabras, y el mutismo en que te has ido sumiendo me habla otra vez de los pantanos siniestros de la soledad.


Ahora me parece que la noche es más vieja y que pronto comenzarán a lavarse los reflejos de las estrellas en la atmósfera.


Hace más frío.


¿Lo notas?. Tengo los pies congelados y sólo con las manos en los bolsillos se me hace más soportable el gélido paroxismo de la noche. ¿Y tú? ¿qué sientes tú?.


No importa...


Lo que sea que sientes, agradezco tu mano que me sostiene mientras te hablo, y tus ojos impasibles que me descubren y te delatan. En fin, ya te he hablado de las soledades que me han amenazado de muerte. Sin embargo, entre aquellas más peligrosas, recuerdo una que, estando encerrado como te conté, sentí a través de mi puerta como un alud y que me arrojó con cuerpo y todo hacia la calle. No te exagero. Pero llevándolo a términos menos abstractos lo que ocurrió fue eso, no sé, me vi empujado así, como te dije, y aún no puedo explicarme el por qué.


En fin, como te iba diciendo, sentí a través de mi puerta que da hacia la calle, un ruido amistoso y alegre de gentes que hablaban de cosas que sólo pensaba yo conocer. Me asomé de reojo bajo el umbral y, sin hacer ruido, deslicé la cabeza y un ojo hacia afuera, pero no ví nada. El ruido provenía desde el interior de otra casa y, aunque no lo creas, me animé a golpear. Mi corazón estaba agitado, porque aquella situación me perturbaba, pero me embriagaba el pensar que encontraría refugio para mi soledad. Llevaba en mis manos un objeto –no puedo recordar qué cosa era, porque estaba muy enterrado en mi oscuridad y sólo era algo que tomé con descuido antes de salir a la calle.


Mientras mi mano se levantaba dificultosa a causa de la emoción, sentía más nítidas las palabras de los que adentro de la habitación hablaban. Tenía el corazón aturdido, pero ya estaba afuera y no quería regresar a la penosa soledad de mi casa.


Cuando me abrieron la puerta ofrecí el objeto que llevaba conmigo como una ofrenda y, de buena gana, me lo recibió quien me abrió la puerta. Pero antes de que dijera media palabra, la persona que abrió se disculpó tontamente conmigo y argumentó algo que no puedo recordar, pero era disuasivo y yo no podría entrar. Algo me quiso decir, pero la puerta estaba entre nosotros y no quise forcejear para tomar ubicación entre los otros y aportar con mi presencia a aquella luz de comedor que los iluminaba por sobre su conversación. Se volvió a disculpar estúpidamente y –aunque quiso ser diplomático- cerró la puerta delante de mí y no pude ver ya más de aquella espesa y abrigadora luz que emanaba desde adentro de aquella casa, como si tuvieran en el interior de aquel recinto un manantial de estrellas y de colores encerrado; como si la luz estuviera prisionera sólo en ese lugar.


Yo sé que no era así. Sólo que, para mí, aquella luz parecía más intensa o más nutritiva que la de las habitaciones solitarias en donde mi cuerpo estaba condenado.


Cuando la puerta se había cerrado el ruido interior había desaparecido, como si mi presencia inesperada hubiese causado un desánimo funesto entre los habitantes de la casa. Yo sabía que hablarían de mí y que se preguntarían quién era yo o qué es lo que iba a hacer allí. No oí nada. No pude contemplar sus bocas que, probablemente, musitarían algunas de las palabras que tanto amaba y que antes había odiado hasta la locura.


Me quedé detenido afuera esperando a las gaviotas, a los seres invertebrados que acudían incesantemente hacia las luces que iluminaban las calzadas. Yo no podía volver a tocar a aquella puerta por un asunto confuso adentro de mí relacionado con la alquimia y la dignidad. Pero apareció de pronto un transeúnte inesperado y me escondí. Me quedé atormentándome detrás de un árbol, protegiéndome de los ojos que, paralelamente a mis ideas, podrían delatar mi presencia levantando sospechas indeseables y borrosas. No sabía quién era y no lo he podido saber todavía, pero a juzgar por sus pasos tengo la extraña sensación de que era alguien que yo conocía y que había vuelto a mí como un ave migratoria después de largas estaciones de oscuras soledades en territorios lejanos y cálidos.


Después de unos instantes noté que aquella persona se acercó hasta mi puerta, pero no dijo nada, sólo hizo un extraño ademán como si quisiera golpearla. No lo hizo, sólo se quedó detenida esperando ver alguna luz, mas no había signos de vida en el interior, mi casa estaba como un cuerpo sin alma, como una cáscara que albergaba vacío luego de que el tiempo y los gusanos habían carcomido su carnosidad y su entraña dulce. Quise acercarme, pero me acobardé, sentí temor de que se diera cuenta de que yo estaba escondido detrás de los arbustos húmedos; parecería un diminuto relámpago negro aparecido de entre la espesa vegetación de un cielo verde.


No sé si te estoy siendo lo suficientemente claro. Pero te aseguro que en la mayor parte de las cosas que hasta aquí te he contado, he tratado de ser fiel a los sentimientos que alberga mi cabeza, como si la horadaran en serio; como si en verdad tuvieran una existencia que, aunque infinitamente pequeña, inundaran los intersticios de todo lo que queda vacío en mi interior.


Y las cosas se me van enredando con los sentimientos, extrañamente, casi como si no pudieran mezclarse y confundirse al fin. No me mal interpretes, yo no he perdido la senda de mi alma, sólo que a veces trato de decir la verdad, y no la verdad que, por efecto de las emociones es dicha a medias y que queda confundida por los sobresaltos involuntarios del alma, sino la verdad mía, íntima, en donde yo en soledad me he regocijado y he pensado resumiendo mis días. ¿Sabes?, yo he llorado también en aquellos instantes y he llorado hasta que me ha vencido el sueño, y he despertado luego entre los árboles silenciosos de la noche. Mas no he podido encontrar el día, y la última vez que lo hice, mis ojos se enredaron con los otros ojos, abandonándome hasta regresar a esta órbita que tú ves ahora, pero que decrece en la medida en que se alargan las horas.


Ah!, si me hubieras visto bajo la lluvia o correr por el puente hacia las calles enredadas, sabrías de la melancolía y de las tristezas; sabrías de los secretos blancos y ásperos de la luna, como yo, que me he fatigado alumbrando los senderos por donde ya no he podido transitar después; porque me crecieron alas y he bajado desde los tejados hasta tu noche, hasta este sitio a pernoctar, a esperar las luces matutinas y el crepúsculo inmenso que crecen atareados en opacar la oscuridad.


Otros puentes me trajeron hasta aquí. Pero mis pasos –como tú bien sabes- se han olvidado sobre los adoquines; ya no me calzo la esperanza, ya no puedo entre la tiniebla y, sin embargo, en los tormentosos esfuerzos que he hecho por matar esta noche, me han cerrado puertas, me cerraron aquella puerta en donde presentí el calor alcohólico de una buena compañía. Me abandonaron incluso quienes no me conocieron y que, probablemente no lo harán nunca. ¿Cómo se puede entender eso? ¿En dónde se detuvo la felicidad?


Me quedé allí un buen rato. Y me escabullí en la espesa noche, entre las remotas luminosidades que caían desde el cielo. Viajaba como un animal embrutecido; como una fiera desatada por causa de su locura; como un ser mediterráneo que oye por vez primera a las olas reventar en la costa, en las rocas y que, por el pánico desatado en su alma, huye, corre hasta el seno de las tierras buscando una madriguera, un cubil en donde depositar su cuerpo castigado por las flechas de la soledad, esconderse bajo los terrones desordenados bajo la corteza de los árboles muertos.


Me sentí como un animal mutante al que le han arrancado la carne de los huesos, hasta dejarlo desnudo mientras su corazón todavía late. Y traté –créeme, hice lo posible-, traté de contener mi espanto y mi temor. No sé por qué me sentía así. Pero un gusto a traición y abandono agriaban mi garganta, corroían como un ácido mi interior, inundaban mis internos vacíos llenándome de tiniebla. Mi mano temblaba –no puedo explicarlo mejor-, pero aquella persona que tocaba a mi puerta no era quien tú crees, si acaso crees en algo...


¿Me crees?....sé que es algo muy difícil de decir...y mucho más difícil de entender...pero algo ocurrió esa noche...algo extraño...., sobre todo porque no eran aquellas mis ropas ni el rostro habitual que recuerdo de mí...; mi cara estaba apagada, pero tenía un resplandor extraño, pálido...mustio...fúnebre...


Debió ser la rabia. No lo puedo explicar de otra manera.


Me quedé mudo y traté de ignorar.....de ignorarme....


Después decidí buscar refugio en aquella casa en donde había estado antes, en donde me habían cerrado la puerta. Como pude, simulé mi inexistencia hasta alcanzar la mimetización completa con las sombras; mi cuerpo estaba frío, aplastado bajo la torrentosa caída de los astros en medio de la privativa vida que me torturaba.


A ratos te debo parecer paranoico. Lo sé y te entiendo perfectamente. Yo también dudaría de la veracidad de aquel trance. De hecho, así es. Me parece que mis ojos estaban en donde están ahora mismo. No noté su ausencia; no noté ni siquiera el trémulo intento de ellos por abandonarme.


Bueno, como te estaba diciendo, cuando llegué hasta la puerta, sentí ruido adentro, como el que había sentido antes. Pero, esta vez, no quise interrumpir y no toqué a ella. Me agaché un poco tratando de coger un trozo de la luz que se escabullía por debajo, pero fue inútil: la luz se desvanecía a penas la alejaba de su matriz. Luego, puse mi oreja en la madera para sentir los pulmones que adentro abrazaban el aire tibio y que lo revolvían entre las olas de la nicotina y de las palabras. Te lo estoy diciendo y me parece estarlos viendo, me los imagino todavía hablando de aquellas cosas que nunca podré decir otra vez. Pero los tengo aquí, detrás de mis ojos. Mas entonces, sólo tenía mi oreja allí, posada como una alimaña expectante en la puerta a la espera de devorar otras palabras. Pero, de pronto, había silencio otra vez y la imagen mía en el patio de mi casa se me aparecía como un espectro maldito. Por eso cerré los ojos y esperé otra vez a tocar los haces luminosos que fluían por debajo de la puerta. Pero algo los interrumpió de pronto: algo parecido a un cuerpo negro que desviaba su curso natural hacia mi mano y que venía acompañado de silencio y luego risas, silencio y risas, silencio otra vez y luego voces altas ignorando mi presencia. Justo en ese momento la luz volvió a su cauce y pude refrescar mi mano otra vez; pude revivir en mi pecho las lunas muertas, las alas de la mariposa.


Sí, lo sé. Otra vez la mariposa. ¿Qué puedo hacer? ¿Para qué sirven las ondas del océano? ¿Para qué los adoquines bajo las estrellas? ¿Para qué estas palabras? ¿Para qué el amor?.

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