El azar me colocaba
en ciudades sumergidas
bajo los techos
donde de niño
solías esconderte.
Pero de tal suerte
se vieron una tarde
para florecer
luego conquistar
las alamedas de la ciudad.
Fueron las tardes
que te dieron al sillón
y las catedrales
blasfemias de ilusión
luego las noches
te fueron cercando
hasta perderse en los ojos
aves que no vuelan
sordas, peligrosas asesinas
de su luz.
Larga fue la espera
de sueños ya gastados
ciegos testigos
de tus correrías
hacia la verdad.
Pero el azar rondaba
en sitios perfumados
amenazando el quehacer
de tu palpitar
en las escaleras de la ciudad.
Marzo 17 de 1990.
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